Los humilladeros de Quito

Humilladero de la iglesia de La Compañía. Imagen: Diario La República.

Conocidas por ser simplemente las cruces que se ubican en el exterior de una iglesia o capilla, estas estructuras, que reciben el nombre oficial de humilladeros y están generalmente levantadas en piedra o madera, tienen un significado e historia propias. En Quito, además, han ganado fama gracias a la pintoresca Calle de las Siete Cruces, que no es otra que la García Moreno.

Los primeros antecedentes de estas estructuras provienen de la cultura griega temprana, en la que inicialmente construían sus templos para ser morada de los dioses y no estaban destinados a albergar fieles para el culto. Por esta razón se solían colocar pequeños altares para las ofrendas en la parte exterior, con una imagen o una pila de rocas a la que los visitantes debían seguir aportando.

Este primer momento de existencia de los humilladeros nos permite ver, entonces, que estas estructuras estuvieron ligadas desde su inicio a la adoración y la fe, aunque esta no fuese originalmente cristiana. De hecho, su nombre proviene de haber sido lugares en los que los creyentes se humillaban ante los dioses, rindiéndoles pleitecía.

Tras la conquista de Grecia por el Imperio Romano, y la conversión de este último al cristianismo en el año 380 d.C., los humilladeros fueron también incluidos dentro del proceso de apropiación de la nueva religión, y es así como se extendieron a la provincia de Hispania (actuales España y Portugal), desde donde se extenderían posteriormente al continente americano en general y a la ciudad de Quito en particular.

Durante la época medieval europea, la mayor parte de humilladeros, algunos ya usando la forma de cruz, fueron construidos para señalar los puntos de ingreso y salida de los pueblos y ciudades. Otros se colocaban a la vereda de los caminos o encrucijadas, en este caso a modo de quioscos para ofrecer un lugar corto de descanso a los viajeros. Otro tipo de estructuras solían ser imágenes, lápidas, inscripciones conmemorativas o incluso pilas de rocas, como era costumbre en el mundo griego original.

Pero quizá la razón de ser más importante de los humilladeros medievales era su uso para cristianizar lugares de carácter profano, y de allí cobra importancia la forma de una cruz como símbolo. También servían como señal del lugar en el que empezaba a regir el fuero eclesiástico, es decir la jurisdicción de la iglesia, en la que la justicia civil no tenía injerencia, y por ello es que podemos encontrarlas casi siempre en el pretil o a pocos metros de las puertas de ingreso a las iglesias y capillas. De hecho, esto permitía a muchos perseguidos refugiarse en los templos y monasterios, salvándose así de pesadas condenas, e incluso la muerte.

En Quito, como hemos detallado anteriormente, los humilladeros con forma de cruz llegaron junto con los españoles en 1534, y es obvio que su uso fue el de cristianizar lugares sagrados de los pueblos aborígenes; aunque con el tiempo se convertirían en parte de la arquitectura esencial que todo templo católico debía construir en sus exteriores. Estas estructuras eran usadas por los feligreses, por ejemplo, para colocar altares en las procesiones del Corpus Christi.

Finalmente, los humilladeros quiteños también llegaron a ser protagonistas de la historia temprana de los movimientos independentistas del siglo XVIII, pues la madrugada del 21 de octubre de 1794 el prócer Eugenio Espejo las utilizó para colgar de ellas telas color vino con la leyenda en latín "Salva Cruce Liber Esto. Felitatem et Gloriam consequto", que significa: Al amparo de la Cruz seremos libres. Felicidad y Gloria conseguiremos. Este capítulo significó la ira del presidente Luis Muñóz de Guzmán y el estallido de las primeras persecuciones por sedición; el resto es historia.

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