La Virgen de Quito (o del Panecillo)



La Virgen de Quito, popularmente conocida como Virgen del Panecillo, es uno de los monumentos más emblemáticos de la capital ecuatoriana, que con sus 30 metros de alto (sin contar la base, con la que alcanza 41m) es considerada la estructura de aluminio más alta del mundo y ocupa el lugar #58 entre las estatuas más altas del planeta, incluso por sobre el Cristo Redentor de Río de Janeiro.


La escultura de Legarda
Para introducirnos en la historia de este ícono de la ciudad, debemos remontarnos al siglo XVIII, cuando la Escuela Quiteña era una de los semilleros de arte más importantes no solo de América sino del mundo. Docenas de artistas, especialmente de raza indígena o mestiza, se especializaban en los talleres de los conventos, o de los grandes maestros que décadas antes se habían formado también allí, para luego seguir nutriendo la fama de la Escuela que, muy trágicamente, se apagaría durante la época de las revoluciones independentistas y nunca más volvería a cobrar la importancia de antaño.

Bernardo de Legarda era uno de aquellos maestros mestizos que hicieron brillar el arte quiteño, engalanando con sus trabajos (o muchas veces simples reproducciones de ellos) retablos de todo el mundo. Se había dado a conocer en 1731 con su primer trabajo importante, restaurando una imagen de San Lucas para la iglesia quiteña de Santo Domingo, y desde entonces empezó a ser bastante solicitado por su impecable trabajo.

Iconografía de la Inmaculada.
En 1732 fue contratado por los padres franciscanos, quienes deseaban una imagen de la Virgen de la Inmaculada Concepción para uno de los retablos de las capillas laterales de la monumental Iglesia que regentaban en la ciudad de Quito. Legarda, consciente de que difícilmente podría crear una iconografía propia con una imagen tan tradicional como la de la Inmaculada (aquella que no carga al niño, porque apenas está por concebirlo por obra y gracia del Espíritu Santo, y cuyos colores son siempre el blanco y el azul real), nunca pensó siquiera en que lograría la obra más representativa de la escultura de todo un país.

Poniéndose manos a la obra, tomó una pieza de madera de aproximadamente 60 centímetros porque, como he dicho, no pensaba que crearía su obra maestra. La imagen tallada por Legarda tenía sus antecedentes en esculturas españolas del siglo XVII, pero en esa costumbre de los artistas quiteños de enriquecer y barroquizar todo, llenándolo de adornos que representaban la comunión de las culturas indígena y española, logró crear una Virgen que casi parecía moverse, graciosa, dinámica y a la vez serena. El detalle tan peculiar de las alas, que no se había visto en ninguna Virgen creada antes, obedecía al pensamiento de Legarda de que si no las ponía, sus santos no podrían llegar al cielo.

La Virgen representaba la Inmaculada Concepción, como era lógico pues ese había sido su encargo; pero también representaba la asunción al cielo, detalle expresado con las alas; y también el triunfo de la iglesia sobre el pecado, representado por la serpiente que es aplastada por la Virgen con sus pies mientras la mantiene atada con una cadena.

Virgen de Legarda, o de Quito.
Imagen: Christoph Hirtz.
Al ver la imagen terminada, los franciscanos quedaron maravillados por la belleza de la pequeña escultura, tanto que la colocaron en el altar mayor de su monumental iglesia (y que él mismo había construido), donde se la puede apreciar hasta el día de hoy. Los quiteños pronto se sintieron atraídos por la singular belleza de la Inmaculada que Legarda había logrado; comenzó a ser conocida popularmente como la Virgen bailarina, por su sensación de movimiento, y como la Virgen alada, por esa peculiar adición que le había hecho el maestro Legarda. En pocos años se volvió tan famosa que pronto empezaron a hacerse réplicas de la misma para la gente más pudiente de la Real Audiencia. Había nacido una leyenda: Bernardo de Legarda.

La fama de la Virgen alada traspasó las fronteras y se solicitaron réplicas desde Europa, donde pasaron a adornar Palacios y Catedrales. La más afamada de estas réplicas (y una de las más grandes) fue realizada por el mismo Legarda, y fue llevada a Popayán (actual Colombia), donde hasta el día de hoy se encuentra en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción.

Personalmente pude ver esta escultura de muy cerca, durante la exposición "Esplendor del Barroco Quiteño", que se llevó a cabo en el mes de Agosto del año pasado (2011) en el Convento de Santa Clara, que abría sus puertas por primera vez en más de 300 años para albergar tan magnífica muestra del arte que un día dio fama mundial a esta ciudad ecuatoriana. En verdad hechiza el verla, en su pequeño tamaño es tremendamente detallada y los movimientos que parecen verse en su ropaje atrapan la atención al instante.

La colina de El Panecillo

Esta pequeña elevación, enclavada en medio del valle de Quito, ha sido desde tiempos inmemoriales el centro neurálgico de la vida humana en la región. A su llegada a Kitu, los españoles no encontraron más que cenizas de lo que fue la segunda capital del Tahuantinsuyo; sin embargo también notaron que la colina, conocida como Shungoloma era un lugar estratégico en el valle del Pichincha, por lo que asentaron la ciudad españolizada de Quito junto a la colina y bautizaron a esta peculiar elevación con el nombre de "Panecillo" por su parecido con un pan pequeño.

Algunas crónicas de la conquista sostienen que en el cerro había un templo dedicado al Sol, pero en la actualidad no existe vestigio alguno en el lugar que respalde su existencia, inclusive se buscó algún indicio durante la excavación para los cimientos del monumento de la Virgen en la década de 1950, sin ningún resultado.

Durante toda la época colonial el Panecillo marcó el fin de la ciudad por el extremo sur, y por ello los viajeros que llegaban desde ciudades como Ambato, Guayaquil, Latacunga, Lima o Cuenca sabían, al divisarlo, que su llegada a Quito era cuestión de un par de horas nada más. El cerro tenía una parte boscosa, en especial en el costado sur.

Los españoles construyeron una fortificación en lo alto de la colina, que era la sede de la guarnición militar quiteña. La fortaleza permitía vigilar el norte y el sur, por lo que estaba provista de cañones. Durante la guerra entre españoles y criollos de 1811-1812, el Panecillo fue escenario de un feroz combate entre las fuerzas realistas de Toribio Montes y Sámano, y los patriotas comandados por Carlos de Montúfar y otros defensores del Estado de Quito que se negaba a someterse al representante de Napoleón.

En 1822, durante la Batalla del Pichincha, el fortín del Panecillo sirvió de puesto de comando de los españoles, quienes inclusive hicieron fuego de artillería contra los patriotas, que habían ascendido la falda del cercano volcán Pichincha. Al ser derrotados, los españoles se refugiaron en el fortín. Sucre, para evitar el sangriento asalto al emblemático cerro, envió un emisario a Aymerich para que capitulara, cosa que el capitán general español aceptó.

Varias construcciones particulares, como la Mansión Bellavista, se levantaron a lo largo del siglo XIX y XX en el Panecillo y sus faldas, tanto norte cuanto sur, pero el terreno de la cúspide se mantuvo sin edificar tras la demolición de la antigua fortaleza colonial.

La Virgen del Panecillo

A pesar de que la idea de coronar la colina de El Panecillo con un monumento divisable desde toda la ciudad se había planteado desde la década de 1870, empezó oficialmente su camino gracias a un decreto legislativo impulsado por el padre Julio María Matovelle el 6 de agosto de 1892, en el que se consagraba el país al Inmaculado Corazón de María, y se autorizaba la construcción de un monumento conmemorativo a la Virgen. Aunque por las dificultades económicas no habría ningún adelanto hasta varias décadas más tarde.

En 1947 el Municipio procedió a donar el terreno en la cima del Panecillo a la Arquidiócesis de Quito, que sería la encargada de financiar la obra mediante el dinero que se cobraba por las papeletas de los ritos de confirmación que emitía. Los días 11, 12 y 13 de junio de 1954 se presentó en la prensa un concurso internacional de anteproyectos, mismos que serían evaluados por una comisión integrada por el padre José María Vargas, el arquitecto Gilberto Gatto Sobral, el ingeniero José Benítez, los señores Carlos Manuel Larrea y César Aníbal Espinosa, entre otros.

Construcción del monumento (inicios 1975).
Imagen: archivo personal.
La elegida resultaría ser la Inmaculada de Legarda, dejando atrás otras propuestas extraoficiales como la del inca Atahualpa. La primera piedra fue colocada el 4 de noviembre de 1955, y la construcción inició el 26 del mismo mes bajo la dirección del sacerdote oblato José Rigoberto Correa, aunque esta solo avanzó con los cimientos de la base circular del monumento. Los trabajos se reiniciaron en 1962, y se terminó la estructura de 11.5 metros de altura, en hormigón y recubierta de piedra, que sostendría la escultura en sí misma. Las dieciocho columnas de este volumen representaban al número de provincias que tenía el país en esa época, y los vitrales fueron realizados en 1986 por el artista colombiano Mario Olaya, representando los milagros y prodigios registrados en tierras ecuatorianas.

A inicios de 1975 se procedió al ensamblaje de las 7.400 piezas de peralumán 3, una aleación de platino, aluminio, estaño y otros materiales. que conformaban los 30 metros de alto de la Virgen Legardina, diseñada por el escultor español Agustín de la Herrán Matorras en Madrid. Armarlas fue toda una odisea, como si de un enorme rompecabezas se tratase, aunque al menos cada pieza estaba numerada tal como podemos apreciar hoy en día cuando entramos a la cápsula del globo terráqueo que conduce al mirador. Finalmente la escultura fue terminada e inaugurada el 28 de marzo de 1975 con una misa campal para 1.500 personas, presidida por autoridades eclesiásticas, nacionales y locales que habían llegado en peregrinación desde la Basílica del Voto Nacional.

Además de su nombre popular de Virgen del Panecillo, el monumento de 41 metros en total (base y escultura) es también conocido como Virgen de Quito, con el que es conocida por los expertos del mundo, y también Virgen del Apocalípsis; este último basado en el parecido de la imagen con la representación de la mujer que aparece en el libro final de la Biblia Católica, por lo que en la base de hormigón se encuentra una placa nombrada "La Mujer de la Apocalipsis (Cap 12)" escrita por el Padre Jesús Rigoberto Correa Vázquez la cual dice:
"¿Quién es esta mujer, de sol vestida, reina, de doce estrellas coronada, portentosa señal, airosa, alada, que al firmamento se remonta erguida? ¿Quién es esta mujer engrandecida, que a sus plantas la luna ve postrada, mantiene a la serpiente encadenada y entre todas es la única escogida? Es María, la Virgen, la esperanza mostrada, en el edén, a cielo y tierra, en quien Dios se encarnó y entró en la historia. Es la Madre de Dios, flor de la alianza, la mujer fuerte que al infierno aterra, la esclava del Señor, la asunta a gloria."


Galería

El padre Rigoberto Correa frente al
monumento en construcción.
Imagen: archivo personal.


El padre Rigoberto Correa junto a
la mano de la Virgen, de 5 metros.
Imagen: archivo personal.

Trabajadores ensamblando las alas.
Imagen: archivo personal.

Remaches y numeración de las piezas
Imagen: propia (2018).

Placa con el pasaje del Apocalipsis.
Imagen: propia (2018).

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